Suburbio

-Tienes fuego? -le pregunté a Rick.
-Si, toma. Te lo puedes quedar, tengo otro.

      Encendí el cigarro que acababa de liar mirando como el rio se perdía entre lo que parecían acantilados hechos de edificios. Lo parecían solo por como crecían en vertical hasta cubrir prácticamente el cielo. Por nada más. Por lo menos en el rio podía verse el cielo, o vislumbrarlo a veces a través de la niebla.
      El rio es de los pocos sitios en los que puedes estar tranquilo en esta ciudad. Cuándo descubrí un pasaje estrecho que me llevó hasta allí me lo guardé para mí. Que sea un vertedero no significa que no pueda tener el encanto del silencio. Allí la ciudad parece transformarse en un rumor lejano.
      Siempre me ha costado entender como vivimos así. Apelotonados. Ventanas sobre ventanas, tendedero sobre tendedero, con algún balcón perdido en medio al qué solo un niño sale de vez en cuando apartando lo que parece un almacén mal ordenado. Sin embargo me fascina ver el río correr entre nuestras cosas. Aunque esté sucio, lleno de nuestros desperdicios acumulados en la orilla, él sigue adelante como si la ciudad no fuera con él. Un simple telón de fondo para lo realmente importante: seguir fluyendo por su camino sin detenerse nunca.

-Gracias Rick.
-De nada. Quieres un poco de hierba o prefieres el tabaco puro?
-No, me fumo este cigarro y tengo que ir a limpiarme. Al anochecer tengo que ir a trabajar al centro.

      Con Rick nos encontramos a veces en el rio, nos sentamos y compartimos el momento y el silencio. A veces también compartimos el tabaco. La primera vez me lo ofreció él y de entrada pensé que quería hacer algún trato extraño. Pero no. Simplemente me lo ofreció. Por aquel entonces yo nunca podía permitirme ni un poco de picadura de tabaco pero pareció no importarle. Ahora que he empezado a trabajar en serio he podido devolverle el gesto en varias ocasiones ya. Supongo que esto debe ser algo parecido a eso que llaman amistad. Supongo.
      Tras fumar tranquilamente el tabaco me despedí de Rick y me adentre en la niebla que cubre eternamente la ciudad. Entrar en la niebla desde el río siempre me produce la misma sensación: pasar de un momento de calma extraño a volver al bullicio de la normalidad. Como salir de un dormir profundo, sin sueños, y volver a la realidad.
      Atravesé calles estrechas cubiertas de nubes de gases extraños. Es imposible saber si esas calles son oscuras o los humos no dejan ver las luces hasta llegar a las calles principales de nuestro suburbio, donde las luces atraviesan cualquier atmósfera por cargada que esté. Cruzándome con sombras humanas sin importancia llegué hasta el edificio en el que vivo. En el barrio no hay lujos y en el edificio tampoco. De hecho tengo suerte de tener una puerta que pueda cerrar, la mayoría de los que viven allí no la tiene.
      Aproveché el agua acumulada durante semanas para poder ducharme. Siempre la guardo para cuándo tengo trabajo. El agua fría viene bien antes de ir a trabajar. Aparte de limpiarte y hacer que no desentones tanto en el centro té activa la circulación y hace que tus sentidos se despierten. Terminé la ducha justo a tiempo. Cuándo salía por la puerta mi terminal de bolsillo emitió el sonido de un mensaje. No hacia falta abrirlo todavía. Podía descubrir quién era mi objetivo de camino al centro. El trayecto es largo y se hace aburrido si no tienes en qué concentrarte.
      De camino al tren, antes de centrarme del todo en el trabajo siempre reflexiono sobre qué estoy haciendo. Para los que vivimos en los suburbios no hay opción. Sólo sobrevivimos hasta que en algún momento, si no lo has perdido o te lo han robado, tu terminal se ilumina y emite un sonido ofreciéndote un trabajo. Ni siquiera hablamos con nadie. Suena el terminal, nos ofrece hacer un trabajo, lo hacemos y nos pagan directamente en el terminal. Sin intermediarios, sin jefes, sin contratos, sin trato humano. Sin nada.
      Por no tener no tiene ni sentido nada de lo que nos piden. El primer trabajo suele ser un transporte: recoge el paquete indicado en el sitio indicado y entrégalo en la dirección que recibirás junto con el paquete. Tras algunos transportes empiezan a llegar trabajos de montaje de maquinaria. Las instrucciones a veces las recibes directamente en tu terminal de bolsillo, a veces las encuentras en el lugar del trabajo. Nunca sabemos como será hasta llegar allí. Otras veces se trata de poner en funcionamiento maquinaria ya montada y administrarle a la máquina los materiales que necesita, que siempre están disponibles dónde sea que te envíen.
      Todo esto suele ser en las afueras. Si trabajas bien, no te metes en líos y sobretodo no te pillan, algún día llega un trabajo que te acerca al centro. Si te dan un trabajo cerca del centro es cuándo sabes que lo estas haciendo bien. De repente no se trata sólo de llevar algo sino además colgar los carteles que has llevado. Algún día empiezas a robar algo por orden del terminal pero además puedes quedártelo sin que sea parte de la paga. Si todo va bien algún día no sólo tienes que robar sino además asustar al propietario.
      A los que nos dan trabajo en el corazón de la ciudad solo nos dan un tipo de trabajo, y si lo haces bien dejas de tener problemas para encontrar comida, o agua potable, o ropa para abrigarte. Si se te da bien incluso puedes conseguir una máscara anti-gas para cuando el viento para y la contaminación se queda estancada durante días haciendo el aire irrespirable.
Supongo que por eso siempre reflexiono antes de sumergirme en un trabajo. Siempre me ha parecido curioso que para poder vivir yo tenga que matar a otros.

Comentaris